En lo profundo del bosque nevado, donde los árboles se iluminan como si guardaran secretos navideños, apareció una pequeña figura que no pertenecía del todo al espíritu festivo. Con un globo rojo que flotaba como una promesa inquietante, Pennywise avanzó entre la nieve mientras cientos de globos idénticos se alzaban detrás de él, suspendidos en el aire como si lo siguieran por voluntad propia.
Pero aquella noche era distinta. En lugar de miedo, el bosque parecía envolverlo en un brillo cálido, como si incluso la criatura más temida de Derry pudiera perderse por un instante en la magia de la Navidad. Y así, entre luces titilantes y copos silenciosos, Pennywise se quedó inmóvil… tal vez sorprendido, tal vez curioso, o quizás disfrutando —solo por hoy— de un pequeño momento de paz.
Porque incluso en la noche más extraña, la Navidad tiene forma de transformar cualquier historia.
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